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martes, 9 de febrero de 2016

TARTÁN Y LA MANCEBA (II). Relato corto.

Otra vez al acecho estaba Tartán, que con el ojo puesto en cierta manceba, andaba el muy gañan. Tan obsesionado estaba, que hasta tregua dio a la que le esperaba acostada, en cueros, y prestos los dineros.
Preciosa de verdad, de voluptuosos pechos, que siempre derechos, desafiaban la gravedad; preciosa retaguardia donde la espalda el nombre perdía, pues con gran maestría lo movía la muy jodía.
Seguíala a todas partes, aunque sin que ella lo notara, y sin ocultarse, aunque a todas horas la mirara.
«Par diez, que bella muchacha es, toda ella,  me la comería desde la cabeza a los pies».
Trabaja ésta en la botica de Doña Inés, haciendo las veces de manceba, otras de recadera; desde la Ballesta a Lavapiés.
Llevando remedios y fórmulas magistrales a clientes para sus desmanes, pues especializada era Doña Inés en la gonorrea y ladillas en pararle los pies.
De los pecados de caballeros y señores se ocupaba esta botica, curando el mal que tanto pica, y que agradecidos al curar, a Doña Inés religiosamente debían pagar.
En uno de estos recados andaba ella, cuando al paso le salió nuestro hombre, preguntando a aquella doncella cual era su nombre.
Ella no respondió, no sabía si por no
oírlo o por omisión.
—Bella manceba y lozana muchacha veo ¿Dónde os dirigís con esos contoneos?
—¿Qué os importa a vos, señor? Voy donde quiero, apartad de mi camino, y por Dios, contenéos.
—¿Qué decís mi bella señora? No quisiera importunaros, sólo que ante tanta belleza sorprendido he quedado y  he querido comunicaros.
—Apartad de mi camino, sinvergüenza y vivaz, que sé quien sois, el de los cuadros verdes llamado Tartán, que sin remedio, sólo quiere con su espada singular, a las mujeres ensartar, para poder vivir del cuento y gandulear, que yo no pienso vuestra bolsa llenar y menos con vos folgar, pues virgen y casta soy hasta el día que a mi santo marido me haya de entregar.
Rio de lo lindo Tartán, por la ocurrencia de aquella a la que se quería beneficiar. Parecía tonta la manceba, se la tenía que trabajar. Pondría su gracia al servicio de la ocasión, pues ante tanto litigio, se jugaba su prestigio. 
Nunca a ninguna presa dejó escapar, sin con ella dejar de gozar y  folgar, aunque sólo en una ocasión, en la que por pies tuvo que escapar, pues no resultó doncella ni mujer, sino  sarasa y bujarrón, y que si se descuida la retaguardia…  le desgracia aquel maricón.
—Tenéos señora, que nada malo quiero con vos, tan sólo pasar un rato placentero, a poder ser,  en un colchón.
—¡Puto y Majadero! ¿Quién os creéis que soís vos? Asaltar a sí con ese descaro a una muchacha como yo,  temerosa de Dios.
—Puto no digo que no, pero majadero nunca, por mi pija y mi honor, os lo juro mi señora, que tengo pundonor.
—Está bien señor, quitad de mi vista, ya está bien por hoy, tengo recados que hacer, y me estorbáis vos.
Y acelerando el paso se machó, acentuando sus contoneos para joder más a aquel santo varón.
Tartán se quedó mirando perplejo los movimientos que bajo aquella falda se podía imaginar, maldiciendo su suerte porque aquellas nalgas, las veía escapar.
Ella, sin ofensa alguna, y ávida gozo interior por  haber llamado la atención de tan famoso galán, su mente dejo empezar a soñar.
«¿Sería tan extraordinario amante como las damas le solían contar?».
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y también una parte muy íntima y especial, si aquello era cierto, tenía la oportunidad, de disfrutar de aquel que decían tenía magia en las manos y una espada sin igual.
Tartán a lo lejos seguíala con la mirada, y sin observar que por la espalda un hombre se le acercaba, que ya junto a él, le susurraba.
—Ojo Tartán, hija de diestro carnicero es la manceba, experto en cortar y filetear, ándate con ojo pues tus atributos te puede costar.
—¡Qué decís, necio! No ha nacido hombre que a Tartán de los cuadros verdes pueda atrapar.
—No me refería a atrapar, en este caso quizá sería mejor haber dicho… capar.
Lo miró Tartán alarmado, echándose instintivamente la mano a la entre pierna, pensando: «Esta jodienda no tiene enmienda».
—Par diez, cuan negro me lo ponéis amigo, acongojado me dejáis, pues eso no quiero.
—Vos veréis, yo sólo como amigo os advierto, que hija de carnicero es, de afilados cuchillos y aceros, que en la plaza Mayor mata y vende, tanto bueyes como corderos, y si como ellos no queréis colgar, dejad a esa manceba en paz.
Quedose pensativo Tartán, la muchacha merecía la pena, era una pieza singular, pero alto precio podía pagar, si  su carnicero padre lo llegaba a trincar.
—Buen día tengáis Tartán, que tras avisaros debo, seguir con la tarea sin más tardar.
—Un momento amigo mío ¿porqué si el padre tiene negocio la hija sirve a otro?
—Eso es algo que deberéis descubrir vos sólo, pues por malas leguas es sabido que el negocio de la carne se le da bien a la manceba, pero no el de cortar, sino en otro sentido, digamos… un tanto más espiritual.
—No os llego a entender, decidme qué es pues.
—Con Dios Tartán, hay queda vuestro negocio, buscaros la vida y no errad, pues con los huevos colgados en la plaza podéis quedar, que seguro que a buen precio quedan, pues han sido tantos  los burlados que de vos se quieren vengar, que sólo por darse el placer, se pelearían por comprar.. vuestros huevos y no más.
Se fue este hombre a sus quehaceres, Tartán pensativo, preocupado y más aún intrigado tomó este asunto como prioridad, descubrir los negocios de la manceba, yacer con ella, y sin arriesgar a tener sus atributos colgados de la plaza Mayor, y que en una cuerda pudieran quedar.
A diario la seguía, siempre con la misma murga, ella siempre sonriente, le seguía la corriente, parecía que aquello no era capricho, sino obsesión, hasta que no la hiciera suya, no estaría en ningún otro colchón; para enfado de otras damas, que al saber de esto, quedaban cada noche haciendo el puesto, por si cambiaba de opinión y de lecho. Eso sí, los dineros siempre prestos.
Día especial amaneció, al menos esa era la impresión, pues más guapa de lo habitual se puso aquella jornada matinal.
—Buen día, mi hermosa princesa ¿será hoy el día que de vuestra singular figura haga presa?
—Oh Tartán, siempre igual, quizá pronto la podáis gozar.
—Esta noche propicia es, aprovechémosla pues ¿a qué más esperar? Se trata de gozar, tanto por delante como por.... ¿detrás?
—Sea, Tartán, ganado lo tenéis, vuestra seré esta noche si así lo queréis, por vuestra perseverancia y pasión con que me habéis tratado en cada ocasión.
—Lleno de alegría esta mi corazón, bella mía, al fin llegó el tan esperado día, de poder disfrutar de vuestros atributos humanos, al fin en mis manos.
—En la calle del Arcabúz , sobre un tejado de pizarra, hay una verde ventana, que estará abierta esperando vuestra llegada, cuando las campanas den las doce, allí estaré esperándoos, con anhelo y desvelo a que hagáis de mi la más feliz de la villa, aunque sea por una sola noche, será una maravilla.
Llegó la noche, la hora y la ventana, introdújose por ella como habitualmente solía hacer, encontrándose a la manceba como su madre la trajo al mundo, sobre una cama y a la espera de algo largo y profundo.
Sin mediar palabra al tajo se puso, con ardiente pasión, y cargado de amor, pues en abstinencia estaba hasta conseguir aquel encuentro; y al fin llegó tan ansiado momento.
Folgaron mucho, más y mejor. Aquello no era lujuria, era como si la vida se les fuera a ambos, como si el fin del mundo llagara al alba y nada quedara por hacer, sólo yacer.
Hasta que amaneció, y al despertar solo quedaba ella en el lecho, un cuerpo de mujer más que satisfecho,  dormida aún tras la intensa noche acaecida, con una sonrisa en la boca y a besos comida, por aquel de los cuadros verdes llamado tartán, había estado con ella empleando todo su afán.
Tartán en su morada descansaba de tan activa folgada, exhausto estaba mientras al techo miraba y a sospechar empezaba de una mala jugada.
Rascándose intimas partes pasó la mañana, pues aquello picaba con mala saña. Pensó que a la botica de doña Inés tendría que acudir, a buscar remedio pues.
A ella llegó en poco, pues aquel picor le producía en sus íntimas partes gran
alboroto. Entró decido, y tras preguntar por doña Inés y sus especial cura, vio a la manceba riendo con esta, y ya no le quedó ninguna duda.
—¡Malditas seáis, brujas del demonio! jauría de ladillas me invaden, os juro como que hay Dios, que me las pagaréis, y no una, si no las dos.
Boticaria y manceba reían a más no poder, hasta el famoso Tartán en sus redes hubo de caer.
Negocio bien montado por las dos, alimentado por hombres necios,  tontos y sin corazón, que con la verga piensan siempre sin razón, pagaban por la fornicación con la manceba y después a doña Inés, por la picazón.
El burlador y folgador, burlado, también folgado e infectado de aquel picor, que en forma de ejército de ladillas se lo comían, tuvo que rendirse ante  aquellos remedios, que en forma de polvos en sus partes se tenía que aplicar, sin otra opción si no quería dejarse de rascar. Malditas aquellas mujeres se repetía Tartán sin cesar, aunque de allí no se fue sin los polvos, y mucho menos, sin pagar.

Santiago R. Hernández Sáez.

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