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miércoles, 3 de febrero de 2016

"MIMIZUCA". LA COLINA DE NARICES Y OREJAS CORTADAS.

Sabido es que las atrocidades y barbaries en la guerra son comunes, pero llamativo y curioso ala vez que repugnante es: la mutilación de cadáveres como trofeos de guerra.. En las invasiones que sufrió Corea por parte de japón en el  S.XVI., era habitual entre los japoneses cortar las cabezas de los adversarios caídos y presentarlas al final de la batalla. A más cabezas cortadas, más probabilidades de ascenso. Pero había un pequeño problema con esto, el comandante en jefe de la campaña, quien decidía las recompensas de los esforzados samuráis, era Hideyoshi. Y éste estaba en Osaka, a cientos de kilómetros de distancia de donde se cortaban las cabezas y con un mar por en medio. La logística de enviar semejantes trofeos era más bien complicada. Hideyoshi, siempre ocurrente, dio con la solución: no hacía falta enviar la cabeza entera, bastaba con cortar la nariz, o en su caso una oreja, y enviarla por barco. Previamente encurtida y conservada en salmuera.
Así pues, mientras duró la guerra, el principal artículo de exportación coreana fueron las narices humanas recién cortadas. Se enviaban por miles, cada una de ellas debidamente etiquetada con el nombre y datos de su aguerrido recolector. Evidentemente, si con las cabezas cortadas ya había mucha picaresca y, con tal de adjudicarse el mérito de la pieza, se acababan rebanando pescuezos de guerreros caídos por el campo de batalla de forma indiscriminada, con las orejas y las narices pasó tres cuartos de lo mismo. Solo que, esta vez, el engaño tomaba un giro bastante más macabro. No pocas veces los japoneses acabaron rebanando los apéndices nasales de civiles y campesinos, mujeres y niños incluidos, para hacerlos pasar por los de soldados enemigos vencidos. 
Auténticos o falsos, Hideyoshi acabó juntándose en su cuartel general con tal cantidad de estos siniestros trofeos que pronto no supo qué hacer con ellos. Así que no se le ocurrió otra cosa que mandar enterrarlos junto a un templo en Kyoto, esperando apaciguar de paso los espíritus de sus desdichados dueños. Debido a la gran cantidad se acabó formando una colina de varios metros de altura. El sobrante, ya que allí seguía habiendo "trofeos" en demasía, se envió a otras ciudades de Japón, donde se enterró formando montículos similares. Se los llamó “Mimizuka”, que viene a querer decir “colina de las orejas”, si bien lo que hay allí sepultado son narices en su mayoría.
Hoy, más de 400 años después, la Mimizuka original sigue en pie, cubierta de hierba, rellena de tierra y carne humana. Cualquiera que se dé un paseo por los tranquilos arrabales al Este de Kyoto puede visitarla, si bien no es precisamente la atracción estrella de la vieja capital. Pocas guías turísticas la mencionan. Tampoco los libros de texto de los escolares japoneses. Tan solo una modesta placa conmemorativa, a la entrada del parquecillo donde se erige, recuerda la barbarie de aquella guerra y ruega por el descanso eterno de las pobres almas de los mutilados. Nadie en Japón parece querer acordarse de todo aquello. Prácticamente los únicos que visitan la Mimizuka hoy en día, además de los vecinos del barrio que cuidan de ella de manera desinteresada, son turistas coreanos. Han pasado cuatro siglos, pero las dos Coreas no olvidarán fácilmente aquel horror.

Fuentes e imágenes: (Samurai Invasion: Japan’s Korean War 1592 -1598, Turnbull Stephen. Javier Sanz  y R. Ibarzabal de Historias de la histroria).

2 comentarios:

  1. Macabro, sin duda, pero aleccionador, voy a poner mi nariz a buen recaudo lejos de malas tentaciones. Un abrazo.

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  2. En otra ocasión te contaré cosas sobre las narices y el mar, te vas a quedar a cuadros. Pero es secreto, es algo que sale en mi nueva novela como curiosidad, y no lo quiero desvelar.

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