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domingo, 7 de febrero de 2016

TARTÁN DE LOS CUADROS VERDES (I). Relato corto.

En el Madrid de los Austrias del año de nuestro señor de 1614, que corría más para unos que para otros, siempre dependiendo de la bolsa de cada cual y la posición en la falsa e hipócrita sociedad, buscábase la vida cada uno como podía, siempre dependiendo de sus habilidades, de la oferta y demanda de las mismas: buscones y busconas, pícaros y pícaras, putas, ladrones y hasta cabrones.
William, escocés y pelirrojo con largos cabellos, bien avenido y mejor dotado para las artes amatorias, era el terror nocturno de los bien allegados y confiados maridos, que por su incapacidad, dejadez, estupidez o hasta bondad en algún caso — que de todo hay en la viña del señor— eran válidos candidatos a ser engañados, burlados, humillados y muy propensos a la adquisición de un  título de deshonra de cara a la sociedad, me refiero al título de “cornúpeta”, más comúnmente conocido como… cabrón.
Famoso era este Tartán, sobre todo entre las mujeres más pudientes de bolsa y de inmejorable posición, por causas obvias. Actuaba siempre sin temor a ser capturado, aunque ya se había puesto sobre aviso— muy a pesar de la vergüenza de los maridos— a los corchetes de la villa, que sobre sus pasos andaban cada noche siguiendo el mismo destino que el de los cabrones— o señores cabrones— burlados y humillados, de casa en casa y de tejado en tejado, y al final casi siempre alguno de ellos escalabrado.
Portaba Tartán, de ahí el sobrenombre, un tartán escocés, prenda que llevaba sobre el hombro, con una hebilla a modo de pasador, y con los cuadros verdes, característica de su clan familiar, y por supuesto el famoso kilt, falda escocesa bajo la cual no se lleva prenda alguna, para libertad de alcalde y concejales, aunque sí en el exterior, la pequeña bolsa de cuero enganchada al cinturón llamada sporran, que servía entre otras cosas para que ante un viento malintencionado no se levantara el kilt y al aire quedaran los atributos varoniles; también dónde meter sus buenos dineros que cada noche le proporcionaban sus andaduras, aventuras y folgaduras.
 Portaba espada de cazoleta, también daga a la espalda, de las que un manejo de maestro tenía, y que gracias a ellas y a su destreza sin igual, salió bien parado de muchos lances y aventuras.  Aquel oficio suyo era peligroso a la vez que arriesgado, pero le reconfortaba tanto repartir amor por el mundo de esa forma tan característica, que merecía la pena, y encima de hacer lo que le gustaba; las damas agradecidas siempre le obsequiaban con unos buenos dineros o favores, porque él no cobraba por sus servicios ¡eso nunca! la gratitud de las mujeres era lo suficientemente generosa para poder vivir.
Tras una ardua noche de trabajo, lleno el sporran de los frutos de su esfuerzo naval— y nada tenía que ver con la armada— bajaba por la famosa calle de La Cava Baja, faltaba poco para amanecer, aunque la oscuridad era aún reina de la noche, aliada y como no,  siempre peligrosa.
En un portalillo, amparado por la oscuridad de la noche, escondido, embozado y armado, esperábale uno de los burlados, que acompañado de un joven criado;  el puesto hacíanle a Tartán, para vengar el honor mancillado por aquel galán a aquel maldito haragán.
Presto y decidido salió el ofendido al encuentro de Tartán, espada en mano y embozado tal cual, y al grito de:
—¡Tenéos, rufián! Hasta aquí han llegado vuestras fechorías, Tartán.
Sobresaltado Tartán, echó veloz y ágil la mano al pomo de su espada de cazoleta, que de su funda sacó en pos de una posible treta.
—¿Quién sois y qué queréis? —preguntó.
—¡Justicia, señor! Que en forma de acero os voy a administrar sin remedio por mi honor.
—Tenéos caballero, pues de las riñas de aceros, malos lances espero.
—¡Sois traicionero, nocturno y folgador! Y hasta aquí y hoy llegó vuestro clamor, defendeos pues, sólo queda batirse, vive Dios.
-Partid en paz señor, pues no quiero ni lance ni pelea, que tarde es para esta tarea y  más con vos.
—¡En guardia bellaco! — dijo abalanzándose sobre Tratán espada en mano el ofendido y haragán.
Paró este la estocada con facilidad, y poniéndose en guardia ante tal ademan, al tajo se puso con su habitual habilidad.
Chocaban las espadas, ruido de aceros, sin gritos ni más palabras se tiraban estoques certeros.
—Señor — decía Tartán —a tiempo estamos de parar, que veo que al final os tendré que matar.
El otro, exhausto y más ofendido si cabe aún, le contestaba:
—De aquí esta noche solo sale uno, no dos, y por Dios os aseguro, que seréis vos.
Viéndose en tal situación, Tartán pensó en poner rápida solución, desarmar al cornudo y darle una lección.
Atacó este último con rapidez y gallardía, con la experiencia que debía, sorprendido el otro, desarmado en un momento se vio, y ante tal imprevisto, con su otro plan siguió. Diciéndole a su cridado, que cerca estaba destacado.
—¡Dispara gañan!, ¿No ves que me quiere ensartar?
El criado, pistola en mano apuntó con los ojos cerrados, haciendo del disparo trueno ensordecedor, que no dando en su blanco, en el sobrero de su amo acertó.
—¡Inútil! ¿Es que me quieres matar? Cuando te pille te voy a deslomar.
Tartán, ante tan nefasto tirador y criado,  rio descojonado.
El ofendido, cornúpeta y marido, viéndose sin armas, gritóle al criado.
—¿Con qué ataco ahora? Estoy desarmado.
—¡Con los cuernos, mi amo, con los cuernos sobre su pecho! — dijo el muy jocoso a despecho.
—Partid de aquí, y volved a vuestros asuntos; y con la cabeza bien baja, que aunque muy juntos, podéis tropezar con una jamba —decía Tartán en referencia a los adornos ficticios.
—¡A mí los corchetes, a mí la justicia! —Gritaba aquel ante el ruido de hombres corriendo, y que de los corchetes se trataba estaba suponiendo.
Tartán, ante tanto jaleo, decidió tomar las de Villa Diego, y encaramándose cual felino animal, subió al tejado a través de un  portal.
Llegaron ya corchetes y alguacil, interrogando sobre el altercado, que viendo al ofendido tan mal parado, salieron tras él en cuadrilla a todo candil.
Tartán, ágil se introdujo por una ventana, que abierta estaba, más en su espera que a la de la mañana.
Entró sin dilación, y allí encontró una bella dama, en postura de espera, postrada sobre la cama. 
—Tartán creí que esta noche no portabais ya por mi lecho, arde en deseos mi pecho.
—Tendréis que esperar, hoy no toca bella dama, me persigue la justicia, y a escapar se llama.
—Aquí desnudos tenéis mis pechos, añorando vuestras manos y caricias ¿acaso los dejaréis así? ¿O ya no son para vos unas delicias?
—Tengo que escapar, pues más de uno viene con intención de capar.
Salió por la puerta de los aposentos de tan bella dama, en pos de escapar, bajando las escaleras sin parar a respirar, los corchetes en la puerta empiezan a llamar, la cosa se pone fea, intentará salir por la azotea.
Abajo tiran la puerta brutalmente, entran en la casa y buscan al delincuente, que por más, acaba de escapar, por la azotea hasta otra casa, la de Dorotea.
También esta clienta de Tartán, que de tanto fornicar, llena tiene la villa, de amantes y de su semilla.
La despierta sin vacilar, pues su viejo esposo tiene más sordera que un millar. 
—Dorotea, Dorotea, escondedme hasta que la cosa pueda pasar, pues tras mí vienen los corchetes, alguacil, el ofendido y me quieren apresar.
 Siguen buscando a Tartán  por casas, tejados y hasta algún zaguán, pero él escondido en la morada de Dorotea, se entretiene jugando con ella, que dejando a su esposo en la cama y a buen reposo, éste duerme tranquilo mientras ellos dos penden de un hilo, pero en gozo.
—Aprovechemos este encuentro amado mío, pues muy sólo se encuentra éste mi cuerpo dolío, de amor por vos, que de tanto en cuando venís, a dar y bien como sabéis, por eso no os pienso dejar escapar hasta que sin aliento me hayáis de dejar, desde mi cabeza a mis pies, y cuando terminéis, otra vez.
—No puede ser ahora señora, pues me persiguen y  mi prisa aflora, en otra ocasión, que con más tiempo os quitaré el camisón, con los dientes si fuera necesario, hasta sobaros más que a un rosario.
Salió de casa de Dorotea, en busca de la salvación, pues cada vez más cerca los tenía, y con mucha determinación.
Salta, corre y brinca en pos de solución, y todo por culpa de aquel barrigón, que se interpuso en su camino sin ninguna razón… quizá el folgar con su bella esposa le causa pavor, pero bien merecido lo tiene por falta de atenciones y pasión, que cornudo se quede, con todo su orgullo y sin remisión, que encima de calzonazos, es sin duda un cabrón.
Amaneció al final, se desistió en la búsqueda… había desaparecido; quedaron el cornudo humillado, los corchetes burlados y Tartán acostado, embelesado en brazos de otra dama. Amanecía con su sporran de dineros a reventar sobre otra cama.
 Burlas, ofensas y demás por vengar, deberían esperar, al menos hasta otra ocasión donde la suerte estuviera por llegar.
Esta es la historia de Tartán, aventurero, burlador y folgador, que haciendo felices a desafortunadas damas y esposas, se hizo de una reputación de buen amante entre otras cosas.
Noches enteras quedaban abiertas ventanas, balcones y algunas piernas, en la esperanza de que aquel Tartán entrara a desfogar a base de folgar a aquellos cuerpos deseando pecar, que si por así pecar ganaban en infierno, igual les daba poner tanto cuerno, pensando que en el deseo, la lujuria y el placer, está todo por hacer.  

Santiago R. Hernández Sáez.

2 comentarios:

  1. ! Me he reído un rato! Tartán, Don Juan, o Casanova, siguen vigentes en el siglo XXI
    Tu página es , interesante, divertida e instructiva.
    Todo un placer leerte!!!

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