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martes, 14 de mayo de 2019

LA TERRAZA


Se consumía la noche entre el susurro y la paz que transmitía el sosegado batir de las olas al llegar a la playa. La luna iluminaba suficientemente la terraza de un pequeño apartamento frente al mar, en la que solo una pequeña carretera se interponía entre la playa y el edificio; el juego de luces y sombras le proporcionaba un aspecto un tanto fantasmagórico al lugar.
Resultado de imagen de FOTO REVOLVER 38Sobre una mesa de madera desgastada, un vaso de ron medio vacío hacía las veces de reconstituyente de alma y espíritu de Roberto. Un saturado cenicero, hacía compañía a un casi terminado paquete de Winston. Una botella de aquel caribeño licor; que junto a un mechero Zippo dorado eran los fieles compañeros de un revólver cargado, calibre .38. En la otra esquina de la mesa, una caja de fármacos —Olanzipina — quedaba sola y apartada de los demás objetos que había sobre la mesa.
Una pequeña luz, a modo de anaranjada luciérnaga iluminó la faz de Roberto, con ansia dio la última calada, llenó de humo sus pulmones, retuvo la respiración y exhaló el humo despacio, sin prisa. Miró la colilla, como si de un ser vivo se tratase, y tras un instante, la tiró por la terraza mirando el recorrido de aquella pequeña luz perdiéndose en el infinito. Agarró el vaso agitándolo lentamente, haciendo que el líquido girara dentro, se lo llevó a los labios y tomó un trago.
«Debo pensar. Esta situación no se mantendrá por sí sola mucho más tiempo, actuaré con premura, me están buscando»—pensó Roberto devolviendo el vaso a la mesa.
Las miradas al revólver que estaba sobre la mesa, al principio eran un tanto furtivas, hasta que la desesperación fue a mayor, ya se atrevía a mirarlo fijamente, sin miedo, desafiante; pero sin llegar en ningún momento a tocarlo, no se atrevía… de momento.
Ya le daba todo igual, sabía que tarde o temprano lo encontrarían, «venid cuando queráis, os estoy esperando… cabrones». El nerviosismo iba en aumento, ya no podía permanecer más tiempo sentado, intuía que se acercaban.
Se levantó de una silla, que hacía juego con la mesa. Lentamente se acercó a la barandilla de la terraza donde se apoyó con los brazos, asomándose oteando la playa que tenía justo enfrente.
«Precioso lugar, más silencioso y bello de noche, la calma y el sosiego que transmite es tranquilizador»—pensó Roberto intentando evadirse de todo el problema que atosigaba su alma.
Miró el reloj, eran las 04:00 de la madrugada, todavía le quedaban unas horas para que amaneciera. Iba a ser difícil, muy difícil, pero la determinación de Roberto era la clave de su éxito. Normalmente alcanzaba cualquier objetivo que se proponía, por arduo que este fuera. La dedicación y sobre todo la motivación en cumplir sus metas era su secreto. Aunque en esta ocasión el carácter del asunto era de otra índole. Ante todo, debía sobrevivir a toda costa.
Oyó el sonido inconfundible de un camión, desde él,  unos destellos de luces intermitentes de color amarillo en su parte superior le hicieron suponer que se trataba de los servicios de basura. Miró fijamente hacia el lugar donde ya aparecía un gran camión blanco con gente de pie en su parte trasera.
El vehículo frenó delante del balcón, cosa que no sorprendió a Roberto, pues los contenedores de basura estaban justo frente al edificio donde se encontraba.
Resultado de imagen de CAMION DE BASURA FOTOEl personal saltó ágilmente sobre el asfalto. Roberto se quedó mirando distraído los “pirulos” que destellaban hipnotizadoramente, cuando sin previo aviso y por sorpresa, aquellos supuestos operarios de limpieza urbana, sacaron sendas armas automáticas, unos subfusiles H&K MP5 de 9mm y empezaron a disparar ráfagas hacia la terraza donde él se encontraba.
Los primeros disparos impactaron sobre la pared que tenía a su espalda, junto a la puerta acristalada que daba salida a la terraza del apartamento, cosa que le hizo ponerse en guardia y tirarse al suelo de inmediato.
Las andanadas se sucedían, aquella terraza tan apacible hacía solo unos instantes se había convertido en un infierno, donde una lluvia infernal de plomo le castigaba.
Agachado tras el muro, a tientas, buscaba desesperadamente con la mano el revólver, cuando el rebote de un proyectil acertó en el vaso y la botella de ron rompiéndolos en mil pedazos, los cristales se esparcieron por toda la terraza. Quitó instintivamente la mano con rapidez. «¡Joder, que hijos de puta!... debo coger el revólver, si no estoy perdido».
Volvió a intentarlo, esta vez con más suerte. Ya con el arma en la mano se sentía más seguro. Los disparos habían cesado por el momento, «¿qué coño esperan, por qué no disparan más?». Se asomó levemente para ver si podía localizar a sus atacantes. Seguían ahí, agazapados y a cubierto entre el camión de basura y los contenedores. Decidió actuar, él era hombre de acción. Con un rápido movimiento se alzó, apuntó sobre uno de ellos y sujetando el arma con las dos manos disparó y, volvió a ponerse a cubierto. Aquel pedazo de plomo que a gran velocidad escupió el revólver de Roberto, impacto de lleno sobre uno de los trabajadores municipales, derribándolo al instante, quedando tendido boca arriba con los ojos abiertos sin saber qué le acababa de ocurrir. Se echó las manos al pecho, notó algo mojado y espeso, se las miró y estaban llenas de sangre. Fue lo último que vieron sus ojos, que se cerraban irremediablemente para no volverse a abrir nunca más. El otro operario, entre gritos de angustia intentaba auxiliarle, pero nada pudo hacer, solo llorar la muerte de su compañero entre gritos de dolor e impotencia. El conductor fue el que avisó al 112, que tardarían en llegar unos 15 minutos. Los vecinos al escuchar las sirenas de la policía y de una UVI móvil que se presentó tras la llamada a emergencias, estaban asomados curiosos en balcones y terrazas.
Roberto seguía agazapado, nervioso y con el revólver en las manos, sudando. Observó cómo sorprendentemente, los impactos de bala sobre la pared habían desaparecido, miró a la mesa extrañado… ¡El vaso y la botella de ron estaban allí… intactos! «¡¿Qué coño está pasando?!
Escuchó sirenas y alboroto abajo en la calle, pero no se atrevía a asomarse aún, creía que podría ser peligroso. Seguía teniendo el revólver entre unas manos que sudaban por la tensión.
«Estos matones me quieren engañar, pues van a saber con quién se la juegan».
Se dio cuenta que los destellos amarillos seguían estando allí, pero curiosamente otros de color azul habían aparecido hacía un rato, «¿La policía?».
Resultado de imagen de DISPARARSus nervios estaban a flor de piel, ya no aguantaba más la situación, chorretes de sudor le bajaban por la frente y le recorrían la espalda, el bullicio que se escuchaba desde la calle iba creciendo en intensidad, «tengo que averiguar qué está pasando ahí abajo».
Decidido, volvió a levantarse y con los brazos extendidos hacia delante, apuntando el .38, se asomó gritando.
—¡Hijos de puta, no me pillaréis con vida!—gritaba mientras disparaba las cinco balas que  le quedaban en el tambor del revólver.
El sonido de los disparos provocó que la gente que se había asomado por balcones y terrazas se escondiera aterrada.
—¡A cubierto, a cubierto!—gritaba uno de los policías al tiempo que desenfundaba su arma reglamentaria.
El servicio de SAMUR se protegió de los disparos agazapándose tras el vehículo de emergencias, mientras que la policía respondía al fuego rápidamente; con tal efectividad que, Roberto fue alcanzado en el intercambio de disparos. Estaba herido de muerte, lo sabía, un disparo en el pecho era mortal. Moribundo e incapaz de entender la situación, se arrimó a la barandilla de la terraza. «Al final no me cogisteis vivo…» pensaba Roberto mientras sus ojos se iban cerrando y su cuerpo se abalanzaba por la terraza, cayendo al vacío desde un tercer piso. Todo había terminado para él.
Resultado de imagen de SALTAR DESDE BALCONEl cuerpo de Roberto quedó reventado sobre el suelo. Un reguero de sangre se esparcía debajo de él. La policía acudió de inmediato.
—Está muerto.
—¡Joder, normal! Menuda hostia se ha metido el desgraciado este. Anda, informa a la central y que venga el forense… menudo marrón nos ha tocado esta noche, vamos— contestó el otro policía—¿Tú estás bien?
—Sí, solo el susto, pero bien. Aunque tendremos que dar muchas explicaciones y, no te digo nada del informe de esta noche.
—Lo sé, pero es lo que hay…
—Deberíamos tapar el cadáver, ya sabes que la gente es muy curiosa y entrometida.
—¡Eh, vosotros, los del SAMUR, tapad con una manta el cadáver de este sujeto!—dijo el agente.
El suceso salió en prensa, radio y televisión. Aquello fue un duro golpe para una pequeña y tranquila población costera que en temporada estival acogía a multitud de gentes. Pero sobre todo, para la viuda y huérfanos de un trabajador de los servicios municipales, que nunca entendió el porqué de aquella desgracia.
Tras las pesquisas policiales, se conoció al fin toda la verdad que tras este extraño suceso se escondía. La nota de prensa fue escueta pero sobrecogedora:

09/08/2019.San Pedro del Pinatar. Murcia. Redacción. Sucesos. Actualidad costa.
Roberto Fernández, interno psiquiátrico exalcohólico y esquizofrénico; escapado de una clínica de salud mental de la ciudad de Barcelona. Bajo efectos de fármacos y alcohol y, habiéndose apoderado de un arma, sufre severas alucinaciones que le hacen disparar sobre los trabajadores del servicio de limpieza municipal por causas desconocidas. Resultando muerto por herida de arma de fuego el trabajador Severo Garnés. El fugado tuvo que ser abatido por efectivos policiales ante el ataque indiscriminado perpetrado por éste ante los servicios del SAMUR, policía y la población. En el intercambio de disparos fue alcanzado, cayendo desde un tercer piso dónde se encontraba y había abierto fuego, habiendo muerto por herida de bala y no por la caída desde la terraza según fuentes forenses autorizadas. Las diligencias del caso siguen en el juzgado, a la espera de resolución final.

martes, 7 de mayo de 2019

RELATO CON EL QUE QUEDÉ SEGUNDO EN EL VI CONCURSO DE LA SAL.


POLVOS MÁGICOS
Recuerdo los aromas en la cocina de mi abuela,  esos guisos que solo una abuela podía hacer y, en especial, dos tarros de barro entre los de la alacena.
Todos correctamente etiquetados, menos estos, de los cuales, siempre mi abuela, tras probar la comida casi hecha, abría con sumo cuidado, metía la mano y echaba una pizca de ambos en la olla.
No hace mucho me pudo la curiosidad y, un día le pregunté qué contenían aquellos envases.
—Míralo tú mismo —dijo.
Lo comprobé. En uno de ellos pude ver sal —cómo no— y, en el otro ¡no había nada! Miré inquisitivo a mi abuela.
—¡¿No hay nada?!
—Sí, pero no lo puedes ver, solo sentir, es algo muy importante… es “cariño”; échale sal y cariño a todo lo que hagas para los tuyos, aunque no lo vean. Marcará tu vida para siempre... y la de ellos, también.