En la soledad de la noche
deambulaba de regreso a casa. La humedad le calaba hasta los huesos, el frío
invernal no era el acostumbrado para aquella época, ese año estaba siendo más
crudo que los anteriores.
Volvía a casa por el paseo
marítimo como cada noche, junto a la playa, tan poco transitada a aquellas
horas tan intempestivas. La pobre luz de las farolas le marcaban el camino
pobremente, pues entre las que no funcionaban y las que lo hacían, había zonas
de penumbra que para algunos parecerían un país entero.
Con su mano izquierda en el bolsillo
de su abrigo, y en la otra un casi consumido cigarrillo; andaba cabizbajo, mirando
al suelo entre calada y calada.
Paró de golpe, dio la última
chupada a la colilla que entre los dedos tenía al tiempo que la llama le
iluminaba pobremente la cara; se la quitó de los labios y la tiró hacia la
playa mirando como el recorrido parabólico de aquella pequeña llama se iba
apagando mientras se perdía en la oscuridad. Miró en derredor, no vio nada.
Se echo las manos al cuello de
aquel raído abrigo, que durante tantos años le acompañó, y lo subió, se caló
aún más el sombrero y pensó: «Qué frío hace esta jodida noche, y encima me dejé
los guantes y la bufanda». Siguió su camino.
No tardó mucho en encontrarse a
pocos metros de él con un muchacho joven, que parecía alterado, y curiosamente
iba ataviado con un chándal, poco abrigo para una noche como aquella.
Justo al cruzarse con él, con la
rapidez del rayo éste le sacó una pistola y se la apoyó en el estómago.
—¡Dame todo lo que lleves, tronco,
o te abraso aquí mismo! ¡Pero ya!
Sorprendidos pero nunca asustados,
unos ojos profundos miraron a aquel muchacho; con la serenidad de saber hacer
lo debido—que no lo correcto —en cualquier situación en la vida.
—Oye chaval… ¿sabe tu madre que estás a estas horas por la
calle? … y encima con una “pipa”.
—¡Cierra la puta boca mamón! y
dame la pasta y todo lo que lleves… el reloj, la cartera…
Con la pistola le empujaba en el
estómago repetidas veces, con nerviosismo, como el que no está en condiciones por
lo que está haciendo.
—Tranquilo chaval, aparta esa “pipa”
de mí, no vaya a ser que se dispare y la tengamos.
—¡Pero venga, tío, que me pongo
nervioso! ¡Suelta la “tela” ya de una puta vez!
—Mira… no llevo reloj, nI cartera, ni nada de valor ¿qué quieres de mí?
—¡Joder con el “carroza” de
mierda este! Algo llevarás que valga… mierda.
—Quizá un buen consejo.
—¡Vete a la puta mierda! ¡No
llevas nada de valor y encima me sermoneas!
—Seguro que lo que te quiero
decir es más valioso de lo que pudieras pensar.
El joven cansado de aquella absurda
situación, a la par que poco beneficiosa por lo que estaba viendo, miró a su
alrededor, y cambió la pistola de sitio. Le apuntó directamente a la cabeza.
—¡Me tienes hasta las putos
huevos! ¡Dame algo o te pego un tiro ya mismo! Tú eliges…
—Vas drogado, y no ves con la
lucidez necesaria… baja esa pistola, por favor.
—¡Calla, puto viejo de
mierda!—volvía a gritar mientras seguía apuntando con mano temblorosa a la
cabeza.
—¿Tan “colocado” vas… que no
reconoces ni a tu propio padre? … hijo mío.
Dando un salto hacia atrás, como
si de un resorte se tratara, retrocedió el joven, pero sin llagar a bajar el
arma. Seguía apuntándole.
—¿”Viejo”?
—Vuelve a casa, tu madre y yo te
acogeremos con los brazos abiertos, por favor.
La confusión se hizo en su cabeza,
«he estado a punto de matar a mi propio “viejo”, coño».
Había un metro de distancia entre
ellos, el hombre del abrigo inició un acercamiento, pero el joven lo paró en
seco.
—Quieto ahí, no te muevas, no te
acerques más a mí.
—Hijo, yo…
—Calla, no digas nada.
—Mírame.
—No puedo, joder… no puedo.
—Dame la pistola y regresemos a
casa esta noche, ya hablaremos mañana, te lo ruego hijo mío.
El joven seguía en un mar de
dudas, bajó el arma, de manera que ya no apuntaba a su padre. Movía la cabeza
de lado a lado, como negando o maldiciendo. Miró al mar, después al hombre que tenía enfrete, y
sin pensarlo más le dijo:
—Nos os merecéis un hijo así.
Se metió el cañón de la pistola
en la boca y disparó.
Se hizo el silencio tras el estallido del disparo, nada ni nadie acudió al lugar. Tras unos instantes, estando el cuerpo inerte del joven, con los sesos desparramados y toda la acera manchada de sangre y masa encefálica, el hombre del abrigo escupió al cadáver.
—Te has lucido, capullo...YO NO SOY TU PADRE, tan "colocado" ibas que no reconocerías ni a tu propio padre. Y se alejó riéndose.
Santiago R. Hernández Sáez.
joder te has pasado al gore ?.....pero me a gustado aun que yo le hubiese dicho eso de ´´ luck yo soy tu padre ``
ResponderEliminar! La Madre del cordero! Que final! Eres la pera! Eso sí: sotprendiamasdejao!!!
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