Camino
de Santiago, 16 de Julio del año 1238. A paso lento y cansino, con esfuerzo
visible en sus rostros, pero con la felicidad en sus almas; su fe les guiaba
dándoles las fuerzas que sus cuerpos necesitaban.
Ya
divisaban su destino cuando, como por arte de magia, les salió al encuentro un
niño, con la cara demacrada y con una delgadez extrema en su cuerpo.
—Caminantes
¿a Santiago vais?
—Así
es, pequeño.
—Guardáos
del rayo y del trueno…
Se
miraron extrañados, y al volver la vista hacia dónde estaba el niño, ¡había
desaparecido!
Sin
entender lo sucedido, y aún extrañados por el suceso, siguieron el camino hasta
una hospedería.
—Bienvenidos
seáis peregrinos, aquí podréis descansar, lavaros un poco y comer algo; entrad.
Se
lavaron, comieron y descansaron, y así, pasó la noche.
A
la mañana siguiente reanudaron el camino a primera hora. Una tormenta llegó sin
avisar, rayos y truenos caían aquella mañana.
Se
acordaron del niño, y regresaron al hospicio.
—¿Por
casualidad ayer no veríais a un niño?
—Sí.
—Dad
gracias a que hoy es San Alejo, solo en la víspera avisa a algún peregrino.
En
ese momento un rayo partió un árbol y cayó en el camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario