
Era un militar firme y odiaba a los soldados cobardes, enfadándose de manera exagerada cuando los hombres bajo su mando se refugiaban o se ponían a cubierto durante los bombardeos.

Y no se le ocurrió otra cosa que decirle a Allen:
—Allen ¿usted tiene una trinchera también?— pregunto Patton.
—Sí, señor—. respondió Allen, señalando con su dedo— Justo ahí—.
Sin mediar palabra alguna, Patton se acercó a la trinchera, se bajó sus pantalones y, literalmente, se meó en ella.
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