La ciudad de Londres no dispuso de un cuerpo de policía profesional
hasta el año 1829. Muchas fueron las comisiones parlamentarias en las
que se debatieron los esquemas de cómo formar un servicio metropolitano
de policía.
Finalmente recayó el encargo por parte del Parlamento de formar un cuerpo profesional de policía en Sir Robert Peel, por aquel entonces Ministro del Interior y cinco años después Primer Ministro Británico.
Sir Robert Peel era comúnmente conocido como Bob y los agentes fueron rápidamente llamados Bobbies, apodo con el que han perdurado a lo largo de estos casi 180 años de vida de la Policía Metropolitana de Londres (MET).
Otro de los apodos por el que se les conoció fue el de “Peelers” (Peladores) en referencia al apellido del creador del cuerpo.
Fuente: Alfred López. 20 minutos.
Un Blog sobre literatura, historia y lo que se tercie, siempre que sea interesante.
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jueves, 7 de noviembre de 2019
martes, 14 de mayo de 2019
LA TERRAZA
Se consumía la noche entre el susurro y la paz que
transmitía el sosegado batir de las olas al llegar a la playa. La luna
iluminaba suficientemente la terraza de un pequeño apartamento frente al mar,
en la que solo una pequeña carretera se interponía entre la playa y el
edificio; el juego de luces y sombras le proporcionaba un aspecto un tanto
fantasmagórico al lugar.
Sobre una mesa de madera desgastada, un vaso de ron medio
vacío hacía las veces de reconstituyente de alma y espíritu de Roberto. Un
saturado cenicero, hacía compañía a un casi terminado paquete de Winston. Una
botella de aquel caribeño licor; que junto a un mechero Zippo dorado eran los
fieles compañeros de un revólver cargado, calibre .38. En la otra esquina de la
mesa, una caja de fármacos —Olanzipina — quedaba sola y apartada de los demás
objetos que había sobre la mesa.
Una pequeña luz, a modo de anaranjada luciérnaga iluminó la
faz de Roberto, con ansia dio la última calada, llenó de humo sus pulmones,
retuvo la respiración y exhaló el humo despacio, sin prisa. Miró la colilla,
como si de un ser vivo se tratase, y tras un instante, la tiró por la terraza
mirando el recorrido de aquella pequeña luz perdiéndose en el infinito. Agarró
el vaso agitándolo lentamente, haciendo que el líquido girara dentro, se lo
llevó a los labios y tomó un trago.
«Debo pensar. Esta situación no se mantendrá por sí sola
mucho más tiempo, actuaré con premura, me están buscando»—pensó Roberto
devolviendo el vaso a la mesa.
Las miradas al revólver que estaba sobre la mesa, al
principio eran un tanto furtivas, hasta que la desesperación fue a mayor, ya se
atrevía a mirarlo fijamente, sin miedo, desafiante; pero sin llegar en ningún
momento a tocarlo, no se atrevía… de momento.
Ya le daba todo igual, sabía que tarde o temprano lo
encontrarían, «venid cuando queráis, os estoy esperando… cabrones». El
nerviosismo iba en aumento, ya no podía permanecer más tiempo sentado, intuía
que se acercaban.
Se levantó de una silla, que hacía juego con la mesa.
Lentamente se acercó a la barandilla de la terraza donde se apoyó con los
brazos, asomándose oteando la playa que tenía justo enfrente.
«Precioso lugar, más silencioso y bello de noche, la calma
y el sosiego que transmite es tranquilizador»—pensó Roberto intentando evadirse
de todo el problema que atosigaba su alma.
Miró el reloj, eran las 04:00 de la madrugada, todavía le
quedaban unas horas para que amaneciera. Iba a ser difícil, muy difícil, pero
la determinación de Roberto era la clave de su éxito. Normalmente alcanzaba
cualquier objetivo que se proponía, por arduo que este fuera. La dedicación y
sobre todo la motivación en cumplir sus metas era su secreto. Aunque en esta
ocasión el carácter del asunto era de otra índole. Ante todo, debía sobrevivir
a toda costa.
Oyó el sonido inconfundible de un camión, desde él,
unos destellos de luces intermitentes de color amarillo en su parte
superior le hicieron suponer que se trataba de los servicios de basura. Miró
fijamente hacia el lugar donde ya aparecía un gran camión blanco con gente de
pie en su parte trasera.
El vehículo frenó delante del balcón, cosa que no
sorprendió a Roberto, pues los contenedores de basura estaban justo frente al
edificio donde se encontraba.
El personal saltó ágilmente sobre el asfalto. Roberto se
quedó mirando distraído los “pirulos” que destellaban hipnotizadoramente,
cuando sin previo aviso y por sorpresa, aquellos supuestos operarios de
limpieza urbana, sacaron sendas armas automáticas, unos subfusiles H&K MP5
de 9mm y empezaron a disparar ráfagas hacia la terraza donde él se encontraba.
Los primeros disparos impactaron sobre la pared que tenía a
su espalda, junto a la puerta acristalada que daba salida a la terraza del
apartamento, cosa que le hizo ponerse en guardia y tirarse al suelo de inmediato.
Las andanadas se sucedían, aquella terraza tan apacible
hacía solo unos instantes se había convertido en un infierno, donde una lluvia
infernal de plomo le castigaba.
Agachado tras el muro, a tientas, buscaba desesperadamente
con la mano el revólver, cuando el rebote de un proyectil acertó en el vaso y
la botella de ron rompiéndolos en mil pedazos, los cristales se esparcieron por
toda la terraza. Quitó instintivamente la mano con rapidez. «¡Joder, que hijos
de puta!... debo coger el revólver, si no estoy perdido».
Volvió a intentarlo, esta vez con más suerte. Ya con el
arma en la mano se sentía más seguro. Los disparos habían cesado por el
momento, «¿qué coño esperan, por qué no disparan más?». Se asomó levemente para
ver si podía localizar a sus atacantes. Seguían ahí, agazapados y a cubierto
entre el camión de basura y los contenedores. Decidió actuar, él era hombre de
acción. Con un rápido movimiento se alzó, apuntó sobre uno de ellos y sujetando
el arma con las dos manos disparó y, volvió a ponerse a cubierto. Aquel pedazo
de plomo que a gran velocidad escupió el revólver de Roberto, impacto de lleno
sobre uno de los trabajadores municipales, derribándolo al instante, quedando
tendido boca arriba con los ojos abiertos sin saber qué le acababa de ocurrir.
Se echó las manos al pecho, notó algo mojado y espeso, se las miró y estaban
llenas de sangre. Fue lo último que vieron sus ojos, que se cerraban
irremediablemente para no volverse a abrir nunca más. El otro operario, entre
gritos de angustia intentaba auxiliarle, pero nada pudo hacer, solo llorar la
muerte de su compañero entre gritos de dolor e impotencia. El conductor fue el
que avisó al 112, que tardarían en llegar unos 15 minutos. Los vecinos al
escuchar las sirenas de la policía y de una UVI móvil que se presentó tras la
llamada a emergencias, estaban asomados curiosos en balcones y terrazas.
Roberto seguía agazapado, nervioso y con el revólver en las
manos, sudando. Observó cómo sorprendentemente, los impactos de bala sobre la
pared habían desaparecido, miró a la mesa extrañado… ¡El vaso y la botella de
ron estaban allí… intactos! «¡¿Qué coño está pasando?!
Escuchó sirenas y alboroto abajo en la calle, pero no se
atrevía a asomarse aún, creía que podría ser peligroso. Seguía teniendo el revólver
entre unas manos que sudaban por la tensión.
«Estos matones me quieren engañar, pues van a saber con
quién se la juegan».
Se dio cuenta que los destellos amarillos seguían estando
allí, pero curiosamente otros de color azul habían aparecido hacía un rato,
«¿La policía?».
Sus nervios estaban a flor de piel, ya no aguantaba más la
situación, chorretes de sudor le bajaban por la frente y le recorrían la
espalda, el bullicio que se escuchaba desde la calle iba creciendo en
intensidad, «tengo que averiguar qué está pasando ahí abajo».
Decidido, volvió a levantarse y con los brazos extendidos
hacia delante, apuntando el .38, se asomó gritando.
—¡Hijos de puta, no me pillaréis con vida!—gritaba mientras
disparaba las cinco balas que le quedaban en el tambor del revólver.
El sonido de los disparos provocó que la gente que se había
asomado por balcones y terrazas se escondiera aterrada.
—¡A cubierto, a cubierto!—gritaba uno de los policías al
tiempo que desenfundaba su arma reglamentaria.
El servicio de SAMUR se protegió de los disparos
agazapándose tras el vehículo de emergencias, mientras que la policía respondía
al fuego rápidamente; con tal efectividad que, Roberto fue alcanzado en el
intercambio de disparos. Estaba herido de muerte, lo sabía, un disparo en el
pecho era mortal. Moribundo e incapaz de entender la situación, se arrimó a la
barandilla de la terraza. «Al final no me cogisteis vivo…» pensaba Roberto
mientras sus ojos se iban cerrando y su cuerpo se abalanzaba por la terraza, cayendo
al vacío desde un tercer piso. Todo había terminado para él.
El cuerpo de Roberto quedó reventado sobre el suelo. Un
reguero de sangre se esparcía debajo de él. La policía acudió de inmediato.
—Está muerto.
—¡Joder, normal! Menuda hostia se ha metido el desgraciado
este. Anda, informa a la central y que venga el forense… menudo marrón nos ha
tocado esta noche, vamos— contestó el otro policía—¿Tú estás bien?
—Sí, solo el susto, pero bien. Aunque tendremos que dar
muchas explicaciones y, no te digo nada del informe de esta noche.
—Lo sé, pero es lo que hay…
—Deberíamos tapar el cadáver, ya sabes que la gente es muy
curiosa y entrometida.
—¡Eh, vosotros, los del SAMUR, tapad con una manta el
cadáver de este sujeto!—dijo el agente.
El suceso salió en prensa, radio y televisión. Aquello fue
un duro golpe para una pequeña y tranquila población costera que en temporada
estival acogía a multitud de gentes. Pero sobre todo, para la viuda y huérfanos
de un trabajador de los servicios municipales, que nunca entendió el porqué de
aquella desgracia.
Tras las pesquisas policiales, se conoció al fin toda la
verdad que tras este extraño suceso se escondía. La nota de prensa fue escueta
pero sobrecogedora:
09/08/2019.San Pedro del Pinatar. Murcia. Redacción.
Sucesos. Actualidad costa.
Roberto Fernández,
interno psiquiátrico exalcohólico y esquizofrénico; escapado de una clínica de
salud mental de la ciudad de Barcelona. Bajo efectos de fármacos y alcohol y,
habiéndose apoderado de un arma, sufre severas alucinaciones que le hacen
disparar sobre los trabajadores del servicio de limpieza municipal por causas
desconocidas. Resultando muerto por herida de arma de fuego el trabajador
Severo Garnés. El fugado tuvo que ser abatido por efectivos policiales ante el
ataque indiscriminado perpetrado por éste ante los servicios del SAMUR, policía
y la población. En el intercambio de disparos fue alcanzado, cayendo desde un
tercer piso dónde se encontraba y había abierto fuego, habiendo muerto por
herida de bala y no por la caída desde la terraza según fuentes forenses
autorizadas. Las diligencias del caso siguen en el juzgado, a la espera de
resolución final.
martes, 7 de mayo de 2019
RELATO CON EL QUE QUEDÉ SEGUNDO EN EL VI CONCURSO DE LA SAL.
POLVOS MÁGICOS
Recuerdo
los aromas en la cocina de mi abuela, esos guisos que solo una abuela podía hacer y,
en especial, dos tarros de barro entre los de la alacena.
Todos
correctamente etiquetados, menos estos, de los cuales, siempre mi abuela, tras
probar la comida casi hecha, abría con sumo cuidado, metía la mano y echaba una
pizca de ambos en la olla.
No
hace mucho me pudo la curiosidad y, un día le pregunté qué contenían aquellos
envases.
—Míralo
tú mismo —dijo.
Lo
comprobé. En uno de ellos pude ver sal —cómo no— y, en el otro ¡no había nada!
Miré inquisitivo a mi abuela.
—¡¿No
hay nada?!
—Sí,
pero no lo puedes ver, solo sentir, es algo muy importante… es “cariño”; échale
sal y cariño a todo lo que hagas para los tuyos, aunque no lo vean. Marcará tu
vida para siempre... y la de ellos, también.
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