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sábado, 23 de julio de 2016

EL SECRETO DE TERESA.(RELATO CORTO).

Era un pueblo muy pequeño, casi escondido entre montañas y,  que solo por lo mapas era conocido; pues al viajero ocasional le pasaba desapercibido o le era totalmente desconocido.
Pocos habitantes quedaban ya en él, la longevidad era inaudita allí, pero si no se producía un relevo generacional, el pueblo estaría destinado a desaparecer, y en el pueblo ya solo quedaban unas seis personas solamente.
Una de ella era la Teresa, persona que apareció sola por aquellos lares terminada la Guerra Civil española, o eso es lo que cuentan los pocos lugareños que quedan; que si venía de Barcelona, y allí se quedó a vivir.
Como cada año, Teresa esperaba la llegada de sus dos nietos, que pasaban unos días allí con ella en época estival. Costumbre que adoptó la madre —hija de Teresa —, pues el trabajo la tenía demasiado ocupada, así aprovechaba a para ver a su madre al dejar a sus hijos y después al recogerlos, y de paso descansaba unos días en soledad. El divorcio que destruyó si vida la tenía aún descontrolada.
Todo estaba preparado en el caserón de Teresa, había llenado la despensa de todo lo que a sus nietos les gustaba, las habitaciones bien limpias y con sábanas recién cambiadas con ese típico olor a lavanda que caracterizaba su casa.
Llegó el día y Luisa apareció por la entrada del pueblo con su flamante todoterreno, y en poco aparcaba frente a la casa de su madre.
Tacando el claxon, avisaba de su llegada. Teresa atenta, salió enseguida a recibirlos. Saludos, besos y abrazos de rigor. Pero las prisas de Luisa eran siempre la consigna de su vida, y en breve se tuvo que marchar.
—¿Te quedarás a comer Luisa, verdad?
—No, madre, tengo que irme enseguida, no puedo.
—Siempre vives al límite, debes vivir un poco más, hija mía.
—Madre, tengo cosas muy importantes, debo irme.
—¿Más que comer un día con tu madre?
— Sí, ¿esa madre que no me crió, que me dejó sola en un hospicio?
—Hija, algún día te contaré una historia…
—No seas hipócrita, toma, las maletas de los críos, que me marcho.
—Bien, como quieras, lleva cuidado.
—El día 15 vendré a recogerlos.
—De acuerdo, aquí estaremos, dame un beso, anda, Luisa.
De mala gana Luisa besó a su madre, a la que le llamaba madre, nunca mamá; poco afecto le tenía, nunca le perdonaría el no haber sido criada por aquella mujer de la que todos le hablaban muy bien, de lo buena y tierna que era, entonces, «porqué no crió a su propia hija»
La Alegría entró en la casa, Teresa ya tenía por fin a lo que más quería en esta vida, y era perfectamente consciente de que debería aprovechar cada momento al máximo, la vida se terminaba, y la edad no perdona a nadie. Además los niños ya tenían una edad para entender mejor el mundo de los adultos, y ese año sería muy revelador para ellos, Teresa les contaría la verdad sobre su vida.
Hasta su hija desconocía la historia de su madre, por su propia seguridad le dijeron en su día; de eso hacían ya muchos años. Una lástima el no poder haber criado a Luisa ella misma. Quizá su hubiera sido más valiente —Y arriesgarlo todo — ahora tendría el amor de su hija, cosa que siempre le estuvo castigando dolorosamente su corazón.
Comieron un buen asado de cordero, que en el horno de leña desde bien temprano había preparado Teresa.
Mientras comían los niños le hicieron la pregunta de rigor —cómo todos los años— a su abuela.
—Abuela, ¿qué hay en esa caja de hojalata que hay encima de la repisa de la chimenea?
—Un matamoscas—respondía siempre ella, —Pero sabéis que no la podéis tocar, es peligroso para los niños.
—Sí abuela, somos obedientes y nunca lo hemos tocado.
—Lo sé, además, aunque lo intentarais, no podríais.
Tras esto, se dispusieron a descansar de la comida en el porche de la casa, bajo un tejado soportado por una vigas de madera más que robustas.
Extrañamente por el camino que accedía al caserón vieron aun persona, que venía andando con una mochila a la espalda, Teresa se extrañó.
Alcanzó la puerta de la casa y se dirigió a ellos:
—Buenos días, ¿Tendrían la amabilidad de darme un poco de agua?
—Por supuesto, ¿de dónde viene?, es extraño ver gente por aquí.
—Soy senderista y esta zona no la conozco.
—Pase, pase y siéntese a la sombra del porche, que hace un día caluroso.
—Por cierto, me llamo Pelayo, y soy de Barcelona.
—Encantada, soy Teresa, y estos son mis nietos, de 12 y 14 años, todos unos mozos ya como podrá ver.
Se sentó Pelayo en una silla que dispusieron los niños, mientras Teresa entró en la casa a por una jarra de agua fresca.
Al salir, Pelayo charlaba con los niños relajadamente, cosa que hizo sentirse más segura a Teresa.
—Tome usted un vaso y agua muy fresa del manantial que tenemos en el pueblo, en Barcelona no tienen agua de esta clase.
Bebió dos vasos y quedó satisfecho, aún sudaba por el esfuerzo de la caminata.
—Es un caserón muy bonito y típico de la zona— dijo Pelayo.
—¿Lo quiere usted ver por dentro?
—Si no es inconveniente sí, soy contratista y restaurador de casas rurales, y la verdad, me interesa, sí.
Pasaron dentro sin mediar más palabras, cuando Pelayo cerró la puerta de golpe.
—¿Qué hace usted?
—Vieja zorra, llevo años buscándote, y al fin te encuentro.
Los niños se asustaron y corrieron a regazo de su abuela.
—¿Quién eres y qué quieres?
—Soy Pelayo como te he dicho, asesina, y he venido a vengar la muerte de mi familia, hace muchos años.
—No sé de qué me hablas, ¡vete de aquí!
—No, he dedicado mi vida a encontrarte, y al fin podré vengarme.
—Entiendo… —Dijo suavemente Teresa.
—¿Qué entiendes, asesina?
—Quizás buscas algo que yo tengo, y si prometes marcharte, te lo daré.
—¿De qué demonios me hablas, vieja?
Los niños mitraban a su abuela, ella no estaba asustada. Teresa se ririgió a la alacena encima de la chimenea.
—Aquí tengo lo que buscas…
Pelayo estaba extrañado, pero no era tonto, metió la mano en su mochila y sacó un revolver.
Teresa agarró la caja de hojalata, los niños pensaron, «el matamoscas de la abuela».
Con una rapidez espectacular, teresa sacó una vieja pistola Tovarek, la amartillo y disparó sobre Pelayo, al tiempo que éste ante la sorpresa también disparó su revólver.
Sonaron dos disparos al unísono, los niños gritaban al ver caer a su abuela con una mancha de sangre en el estómago, mientras que Pelayo cayó de espaldas con un certero disparo entre los ojos.
Acudieron en auxilio de su abuela los niños, pero ya era tarde, estaba viva pero en breve moriría sin remedio.
—¡Abuela, abuela!
—Niños, portaos bien y sed buenos, avisad a…
Murió Teresa entre los brazos de sus nietos.
Los niños entre llantos y sollozos no sabían qué hacer, estaban perdidos en una situación de mayores que les venía grande, incluso para algunos adultos lo sería.
Uno de ellos se fijó en algunos documentos y fotografías viejas que había en la caja del matamoscas.
—Mira— le enseñaba un hermano a otro.
Entre un montón de documentos muy viejos y fotografías, acertó a coger un carnet muy antiguo, con la fotografía de una bella mujer que parecía ser su abuela de joven, vestida de militar, en el lado izquierdo y, el derecho una gran estrella roja, les dejó sin habla:

EJÉRCITO DE LA REPÚBLICA
NOMBRE: Nadia Kovasevich.
NACIMIENTO: Moscú 12-03-1914
EMPLEO: Capitana (Comisario)
DESTINO: Servicio inteligencia. Barcelona








lunes, 11 de julio de 2016

CONVERSACIÓN DE BERNARDO GÁLVEZ (1781). SIN DESPERDICIO.

Conversación de Bernardo Gálvez con el capitán criollo Francisco de Miranda en 1781, antes de convertirse en unos de los lideres de la independencia.

"Y algo más, antes de que os retiréis: no son los sediciosos de Venezuela ningunos libertadores; los primeros libertadores que tuvo América fuimos nosotros, pues la liberamos de las ataduras de la esclavitud que unos indígenas mantenía sobre otros indígenas… ¿o acaso desconocéis que las diferentes tribus de Méjico pagaban tributos de sangre a los Aztecas?. Nosotros hemos traído la civilización a América, hemos fundado universidades y hemos procurado educación para todos, sin discriminaciones de raza… Es más, la sangre de España circula por las venas de muchos americanos, porque nos hemos fundido con sus pueblos, y jamás hemos pagado por cabellera india alguna como lo han hecho franceses e ingleses en Norteamérica. Ved las calles de las ciudades hispanoamericanas; hay indios, hay mestizaje… Hay españoles, hay de todo; ¿acaso hemos exterminado alguna raza?. Y no os engañéis: hemos, es cierto, traído involuntariamente enfermedades europeas, pero también hemos llevado enfermedades americanas a Europa. Vos mismo, criollo que sois, pertenecéis a los Reales Ejércitos y podréis ascender hasta donde vuestros talentos os conduzcan… Pero tampoco os equivoquéis: España castigará con mano dura a quien intente traer revoluciones a un continente que ha permanecido pacífico trescientos años. Podéis marcharos”.

viernes, 8 de julio de 2016

¡MALDITA!

Ya no hay trato,
juramos una cosa,
y ante tu trato,
te calé, tramposa.
Tus lágrimas crean,
sangre en mi corazón,
y por esa razón,
me aguijonean.
Vete de mi vida,
vete ya,
pues ante tu huida,
mi corazón sanará.
Bruja maldita,
embaucadora de amor,
fuera de mi vida,
por favor.
Y si así no fuera,
que desde mi tumba,
veáis como mi alma,
se derrumba.
Pero que la tuya corra,
en el infierno,
maldita zorra, 
por defraudadora.